Escrito por Pedro López
Ávila
Viernes, 10 de Febrero de 2012
Ha transcurrido mucho tiempo desde que el
saber, en el sentido de tener conocimientos sobre algo, cuyo objeto y finalidad
es la enseñanza del que aprende, hasta la más flamante actualidad, en la que
las más sutiles y gloriosas imaginaciones sobreviven en concepciones
abstractas, llenas de intencionalidades, que mantienen el asentamiento
ideológico de una determinada estructura socioeconómica.
La enseñanza debe consistir en lo que
se ajusta el término a su significado: señalar. Es por tanto, un proceso que
consiste en transmitir el que tiene más saber, sus conocimientos, experiencias,
etc… a otro que no lo tiene con el fin de hacer un igual a sí mismo.
Cada vez nos encontramos más lejos de
la enseñanza en la que el profesor presentaba temáticas, experiencias y
reflexiones ante la atenta mirada de los alumnos; no la sometía a ninguna
disciplina especial y el alumnado gozaba siempre de la libertad para abrazar
los aspectos que le interesaban con afán de conocimiento o, por el contrario,
desdeñarlos. Cuando los saberes venían encorsetados, en distintas disciplinas,
que se aprendían memorísticamente, se entendía que servían exclusivamente para
hacer oposiciones en España.
No había libros de texto ni se daba
ninguna importancia a la memoria; por tanto, no se daba ni mucha ni poca
importancia al contenido de los saberes, sino a la cultura, hasta el día que
ésta también quedó atrapada por los asuntos económicos y políticos, escenario
donde se produce el drama existencial, al perder el sentido que tiene aquella
de más noble y mejor para el ser humano.
Pero, más lejano nos queda aún el
concepto de enseñanza pagada, considerada hace varios miles de años como una
ruptura de las cualidades morales del hombre, como un quebranto de la
naturaleza humana, como una vileza moral, quizá, como un fraude público. La
enseñanza era interpretada como un bien común, una condición imprescindible
para ser hombre y, por consiguiente, nadie podía adquirirla o “señalarla”
por dinero; formaba parte del sentimiento colectivo de los pueblos, del destino
de los mismos y de sus destinatarios.
Hoy, desde luego, no hay sentido de la
historia en la escuela y, por tanto, las complejidades de la cultura carecen de
contenidos; el viejo prestigio del maestro se ha ido diluyendo para convertirlo
en un “educador tolerante”.
Se ha derribado el mundo de la elocuencia,
de la poesía, de las artes, de la filosofía, de la belleza…Se tiene por
verdadero lo que parece verosímil o el pragmatismo que nos llegan de otros
países y, desde esa perspectiva, poco se puede edificar con fundamentos tan
poco firmes. Como diría Antonio Machado en Juan de Mairena: “ lo corriente en
el hombre es la tendencia a creer verdadero cuanto lo reporta alguna utilidad.
Por eso hay tantos hombres capaces de comulgar con ruedas de molino”.
Si como decía el profesor José Luis
L..Aranguren: “la comunicación pedagógica es el factor principal de
integración, de estancamiento o de progreso de un país, pues la estructura
socioeconómica y la estructura política se hallan en función de aquella”. ¿Cómo
hemos llegado a una educación científica y tecnológica relativamente
desarrolladas y, sin embargo, tenemos tantos adolescentes destinatarios del
aprendizaje en nuestra sociedad que rechazan a quienes quieren hacerlos hombres
iguales? ¿ Se puede hacer así un proyecto de futuro?
Los principios asentados durante mucho
tiempo, creencias socialmente cohesionadoras aceptadas por la colectividad se
van desvaneciendo de forma agónica, dañando dolorosamente a toda alma sensible
y pisoteando nuestra historia, en el que las ideas se dividen y las simpatías
se absorben en una sociedad, que a pesar de su avance técnico- científico, se
encuentra esclerosada en sus valores morales.
No se puede, una vez más, confundir la
democracia con la libertad. Para ser libres es necesario transmitir, “señalar”,
hacer iguales en saberes, hacer, en definitiva, un pueblo culto; porque un
pueblo sin cultura es un pueblo conformista que puede llegar a la marginalidad
y aislamiento colectivo, que se puede convertir en xenófobo, porque es incapaz
de ponerse en el lugar del otro y es un pueblo manipulable que permite que se
beneficien las clases privilegiadas.
Devolvamos la cultura secuestrada a la
sociedad, pero la cultura entendida en su sentido etimológico, de cultivo de
conocimientos y experiencias no especializadas, de informaciones y
sensibilidades heredadas y aprendidas que dejan huella en el alma, condición
imprescindible para ser hombre, para ser humano.
Realicemos un esfuerzo colectivo, un
frente común, hagamos programas educacionales insolentemente revolucionarios
que sean capaces desde la escuela, desde el sentido común y desde nuestra
historia de consensuar modelos educativos basados en el saber y la
cultura como el mejor sistema de autoprotección del que dispone el ser humano,
para no dejarse sorprender por la marejada de mentiras organizadas por el poder
político (cada vez más debilitado) y el económico.
Artículo publicado en IDEAL en clase