Conclusiones del informe Mckinsey
Organizado por el Foro Interdisciplinar Rafael
Termes, del IESE de Madrid, tuvo lugar el día 24 de enero una jornada titulada “Claves para un sistema educativo excelente: cómo equiparar
nuestra estructura educativa a las mejores del mundo”, en la que se
analizaron las conclusiones del Informe McKinsey. La principal conclusión de
este Informe a partir de la comparación de los 10 mejores sistemas educativos
del mundo (Finlandia, Corea del Sur, Japón o Canadá…), es que el nivel
educativo de un país depende de la formación, motivación y aprendizaje
permanente de sus profesores.
El informe PISA se ha convertido en la
principal obra de referencia sobre calidad de enseñanza en el mundo. Al
suministrar resultados académicos normalizados, permite comparaciones
internacionales que dan pistas sobre qué funciona y qué no funciona en
educación. Sin embargo, las claves del éxito (o del fracaso) no se descubren a
primera vista. Según el Informe publicado por la consultora McKinsey —How
the world's best performing schools systems come out on top—, el dinero no
es decisivo. Australia, que ha triplicado el gasto por alumno desde 1970, no
consigue alcanzar a Singapur, que gasta menos que la mayoría de los países.
Estados Unidos está en el tercio inferior de la clasificación pese a que desde
1980 casi ha doblado el gasto por alumno y ha bajado el número de alumnos por
profesor a un mínimo histórico. En cambio, Corea del Sur está entre los cuatro
primeros países en todas las pruebas, con unas aulas muy nutridas. Y si los
chicos finlandeses son los primeros en lectura y en ciencias, y los segundos en
matemáticas, no es porque se pasen el día estudiando: de hecho, tienen menos
horas de clase que sus coetáneos de otros países.
El “misterio” parece estar en que los
factores decisivos para la calidad de la enseñanza no son fácilmente
cuantificables. El estudio de McKinsey (“How the world’s best performing
schools systems come out on top”) concluye que los rasgos comunes a los
países que encabezan la tabla PISA (Hong Kong, Finlandia, Corea del Sur, Japón,
Canadá) son estos tres: contratan a los mejores profesores, les sacan el máximo
partido e intervienen en cuanto los resultados de los alumnos empiezan a bajar.
No es precisamente una revelación: ¿es que no hacen justamente eso todos los
países? El caso es que no, dice el Informe McKinsey.
Todo el mundo está de acuerdo en que los
profesores son la pieza clave; en palabras de un funcionario coreano “La
calidad de un sistema educativo no puede ser mejor que la de sus profesores”.
Según estudios hechos en Estados Unidos, según The Economist, si se toman
alumnos de capacidad media y se los encomienda a profesores del 20% mejor
valorado del cuerpo, acaban dentro del 10% con mejores notas; si se los pone
con profesores del 20% más bajo, acaban entre los de peores notas.
Pues bien, en Estados Unidos los profesores
proceden, por término medio, del tercio de graduados universitarios con más
bajas calificaciones. Y algo semejante ocurre en muchos otros países. En
cambio, Corea del Sur recluta a los profesores de primaria del 5% de los
mejores graduados, y Singapur y Hong Kong, del 30% mejor. Y el secreto no
está en la paga, pues no les ofrecen salarios por encima de la media, mientras
que los países donde los profesores cobran más (Alemania, España y Suiza) no
destacan en calidad.
Para conseguir a los mejores hay que ser muy
selectivo, pero no de cualquier manera. Muchos países forman a gran número de
candidatos entre los que después hacen una criba, por ejemplo mediante una
oposición para entrar en la enseñanza pública. Los países con mejores
resultados siguen otro método. Limitan las plazas en las escuelas de magisterio
a la demanda real de profesores, y gastan mucho más en la formación de los que
ingresan. Así ocurre, sobre todo, en Finlandia y Singapur; también en Corea del
Sur, pero solo con los profesores de primaria, que tienen que prepararse
durante cuatro años en alguna de las doce universidades con facultad de
Educación. En cambio, los profesores de secundaria coreanos pueden venir de
cualquier universidad o college entre el total de 350, y cada año salen 11
licenciados nuevos por cada vacante. Esto ilustra, dentro de un mismo país, la
diferencia entre los dos sistemas: en Corea, los profesores de primaria tienen
gran prestigio, y los de secundaria no están bien considerados.
Ahora viene la segunda clave: una vez
conseguidos graduados brillantes para incorporarse a la enseñanza, tienen que
aprender a ejercerla bien. Los países con mejor calidad de enseñanza facilitan
abundante formación práctica a los recién llegados a la carrera docente y
fomentan la formación permanente para todos. Por ejemplo, en Singapur, los
profesores noveles reciben la tutela de colegas experimentados que se nombran
con ese fin en todas las escuelas; y todos tienen 100 horas anuales para
formación. En Finlandia, los profesores se distribuyen en equipos para que
colaboren: supervisan mutuamente sus clases y tienen una tarde libre a la
semana para preparar las lecciones juntos.
El tercer rasgo distintivo de los países con
mejores resultados está en lo que hacen cuando las cosas van mal. Lo primero es
detectar los problemas, y se diría que para eso es necesario evaluar
periódicamente a los alumnos con exámenes normalizados: así se ve cómo va el
sistema escolar entero y se descubren las zonas o escuelas donde baja el nivel
académico. Pero el Informe McKinsey no se declara a favor ni en contra de ese
método porque no le encuentra relación clara con la calidad. La red escolar pública
de Boston, una de las mejores de Estados Unidos, hace un examen anual a todos
los alumnos; pero eso mismo se hace, aunque no todos los años, en lugares con
peor calidad de enseñanza, como Inglaterra y Gales, donde además se hacen
públicos los resultados. En cambio, Finlandia ha prescindido casi por completo
de los exámenes nacionales y no publica los resultados de las inspecciones. Cualquiera
que sea la manera en que se descubren los males, los países destacados
intervienen pronto y siempre.
Finlandia es número uno en profesores
dedicados a los alumnos que se quedan atrás: hasta uno de cada siete docentes
en algunas escuelas; de modo que allí, en un año normal, uno de cada tres
alumnos reciben clases individuales de apoyo. Singapur imparte lecciones
extras al 20% de los alumnos más retrasados, con el consiguiente trabajo extra
para los profesores.
Las tesis del Informe McKinsey parecen casi
triviales, y sin embargo van contra algunos supuestos implícitos de la política
educativa. Así, es corriente creer que “no es posible conseguir los mejores
profesores sin pagar salarios altos; que los profesores en países como Singapur
gozan de elevado estatus debido a los valores confucianos; o que los alumnos
asiáticos se portan bien y atienden a las clases por razones culturales”,
escribe The Economist. En comparación, “las tesis de McKinsey parecen
optimistas: conseguir buenos profesores depende de cómo se los selecciona y se
los forma; la docencia puede ser una opción atractiva para los mejores
graduados universitarios sin necesidad de pagar una fortuna; y que hay remedio
para las escuelas y los alumnos que se quedan rezagados si se aplican las
medidas adecuadas”.