La lucha contra el 'exilio' autista
Anatol Rohé | Palma
martes 02/04/2013
Vive exiliada de la realidad. No se plantea su futuro ni qué quiere
ser de mayor. No se interesa por los demás ni suele comunicarse con
otras personas. Poco entiende del mundo que le rodea y siempre necesita a alguien que se lo explique.
Desde aprender a saludar o a decir su nombre hasta saber lo que
significan las manillas del reloj. Cuando le preguntan apenas responde y
no es hasta el tercer o cuarto interrogante, cuando se trata de saber
cuántos años lleva en el colegio, que contesta sin atinar: "Recién
nacido, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... ¡siete!".
Es lo que le pasa a Verito, una niña de 13 años que es parte de esa veintena de niños autistas que cursan Educación Primaria en el colegio Sagrado Corazón de Palma,
centro pionero que fue el primero en tener a alumnos autistas en sus
aulas. Eran los años 90, cuando lo habitual era que fueran a una escuela
aislada del resto de la comunidad educativa.
De esos centros solo para autistas que había en el pasado a las "aulas de integración" de hoy. En ellas se logra que los niños con autismo asistan a asignaturas comunes junto al resto de alumnos del centro. Que aprendan a sumar. Que aprendan a escribir. Que aprendan a hablar. Simplemente que aprendan.
Tras siete años, Verito sabe tocar la flauta, usar un ordenador e
incluso pronunciar inglés. Por no mencionar su mayor habilidad, que es
dibujar y escribir diálogos en los bocadillos de las caricaturas que
muestra mientras se le enciende el rostro... Todo eso, hace unos años,
era impensable para alguien con un trastorno del espectro autista (TEA).
Actualmente 12 es el número de estas aulas que se reparten entre los
centros Sagrado Corazón, La Salle, San Vicente de Paúl y las Agustinas
de Andratx. La educación, al final, es el remedio contra esa
discapacidad que afecta a 4 de cada 1.000 niños. Se trata de un
trastorno del aprendizaje, de no saber relacionar lo que se percibe, de
no tener la motivación para sumar conocimientos o conocer a más gente.
Les cuesta mirar a los ojos, responder a su nombre, pedir algo o, simplemente, devolver una sonrisa. "Nosotros aprendemos porque biológicamente estamos predeterminados pero a ellos hay que enseñárselo de una forma impostada y
artificial. Es como fabricar el futuro y la cognición humana", explica
Maribel Morueco, la directora de Gaspar Jauser, asociación que atiende a
unos 400 niños en toda Baleares y principal artífice de esas aulas de
integración.
"Hay que segmentarles la realidad, marcar lo que va a pasar
con agendas, fotos o pictogramas", añade.
La clave, concreta Morueco, radica en conseguir un "baile de causa y efecto" por medio de un "cocktail» de información visual.
Fotos, pictogramas, agendas con imágenes , dibujos, símbolos y corchos
en los cuales se anticipa el transcurso del día mediante fotografías,
son las diferentes herramientas que se usan para ello y se pueden ver en
las denominadas "aulas de integración". El objetivo es explicar e
introducir unas rutinas diarias para, después, intercalar nuevos hábitos
o conceptos de forma gradual y facilitar así el proceso de adaptación a
los cambios.
En muchas ocasiones se decide por ellos, se es dueño de su destino.
De eso se encarga el programa Planificacion de la Vida Adulta (PVA), que
se proyecta el porvenir de estos niños a base de cursos de todo tipo y
un único objetivo: potenciar sus habilidades para aprovecharlas al
máximo y garantizarles, a largo plazo, una mayor integración en la
sociedad.
Elvio tiene 26 años y ya ve muy lejos aquellos recreos en los que permanecía aislado del resto.
Tanto como las dificultades para hablar o pensar por su propia cuenta.
Hoy trabaja en el mundo de la animación junto a profesionales como Juan
Montes de Oca. Todo un logro que él no ha elegido. "Elvio no ha sabido que le gusta la animación",
explica Morueco para añadir que "todo eso lo vas dirigiendo en función
de las habilidades que tiene y se potencian durante la educación".
En la sede de la asociación Gaspar Jauser "apenas entran niños porque
ahora se lucha para que las aulas no sean un gueto", explica la que
fuera discípula de Ángel Riviere, uno de los máximos estudiosos del
autismo en España.
"Pero ojo", advierte Morueco, "la integración no pasa por estar sólo en un cole sino por tener apoyos". Desde
los propios niños del colegio, los docentes, el personal de Gaspar
Jauser, hasta la propia sociedad. En ese sentido, a pesar de reconocer
los grandes avances que se han hecho en la sociedad aprovecha para
reclamar respeto y apoyo ante el autismo: "Ya está bien de utilizarlo
como un insulto o sinónimo de loco. Es una discapacidad con mayor o
menor grado que necesita de la ayuda de todo el contexto educativo".
Artículo publicado en elmundo.es
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